El aprendizaje colaborativo prioriza la cooperación y colaboración frente a la competición. La trama de compromisos y complicidades que implica esta estructuración de la tarea da excelentes resultados en los ámbitos cognoscitivos y de las aptitudes, pero, sobre todo, es apropiada para adquirir competencias respecto a la interacción entre iguales, la resolución de problemas y la adquisición de actitudes y valores.

Desde el enfoque cognitivo se enfatiza que con este método la propia interacción entre iguales es un revulsivo para lograr aprendizajes activos y significativos. Los alumnos aprenderían mejor unos de otros precisamente por poseer niveles similares de competencia – “zona de desarrollo próximo” ‐. Johnson, Johnson y Holubec (1999) formularon hace tiempo los componentes más característicos e importantes que definen o distinguen el aprendizaje cooperativo efectivo:

  • Interdependencia positiva: cada miembro percibe con claridad el vínculo con los compañeros de tal manera que uno no puede tener éxito si todos los demás no lo tienen. Algunas de las estrategias para alcanzar este objetivo pueden ser:
    1. Incentivos conjuntos (cada miembro del grupo obtendría puntos extra si todos los compañeros alcanzan un alto nivel de logro).
    2. Distribución a cada miembro del grupo de distintos elementos (recursos, información, …) que sólo son realmente útiles compartiéndolos.
    3. Asignar roles complementarios (secretario, moderador, animador, …) a los distintos miembros del grupo.
  • Responsabilidad individual: cada alumno no sólo responde de su propio aprendizaje sino también del de sus compañeros.
  • Interacción cara a cara: la dinámica de la tarea implica interacciones continuas y directas entre los miembros.
  • Habilidades inherentes a pequeños grupos: el alumno debe adquirir, desarrollar y emplear habilidades básicas de trabajo en grupo.
  • Evaluación de los resultados y del proceso: el grupo debe desarrollar actividades de reflexión y evaluación del trabajo en grupo.

Es frecuente recoger testimonios de frustración, parasitismo, etc. Es importante en las fases iniciales reservar tiempo y espacio para compartir las expectativas e ideas previas de los alumnos sobre lo que puede ser el trabajo, el grupo, sobre lo que debería ser, etc.

De esta manera se pueden establecer consensos sobre los códigos o reglas de funcionamiento más eficaces. El alumno adopta un papel activo en interacción con sus compañeros.

Esta situación puede despertar inseguridades y sentimientos negativos. Es necesario desarrollar actividades iniciales en las cuales los alumnos van tomando confianza, apropiándose de su nuevo rol y del “espacio” grupal.

De esta manera se podrá abordar una dinámica de trabajo con la participación y liderazgo equilibrado por parte de todos los componentes.